Mayo de 1808 el inicio de la Guerra del Pueblo

Somos un pueblo extraño. Me refiero a los españoles por supuesto. Tenemos toda una brillante trayectoria de guerras intestinas que salpican nuestra historia. El peor enemigo de un español siempre ha sido otro español. Y si bien en su mejor momento España no se partía la cara con medio mundo, aun sacaba tiempo para pegarse entre si. No hemos sabido cuidar a nuestros vecinos de al lado, y eso es algo que hay que remarcar. Navarros, gallegos, leoneses, catalanes, indianos… había un rey de las Españas, en plural, porque eran muchas.

De fuera vendrán…

Y es que la mejor manera de tener ocupados a los españoles en otros menesteres que no fuesen pelearse entre ellos es que un tercero se sume al baile. Y eso es lo que le pasó al bueno de Napoleón. Estaba sometiendo a media Europa casi tan sólo con su presencia, y España, naturalmente no iba a ser menos. Un pueblo acostumbrado a molerse a garrotazos entre hermanos, con una familia real incapaz y con un ejército perdido en Dinamarca la cosa estaba hecha.

Se quejaría después en sus memorias de la «úlcera de España». Con la francesada campando a sus anchas por casa y con una realeza secuestrada ocurre algo que sólo puede partir del sentimiento y la cabezonería española. Hay que levantarse contra el francés y restaurar la queridísima monarquía que nos lleva de desastre en desastre. Mejor malo conocido que bueno por conocer. Qué razón lleva el refrán. Así fue como España tuvo una vez un enemigo común. El ejército de Napoleón. Lo de del Mayo madrileño todos lo conocemos. Los mamelucos por aquí, los navajazos a los coraceros por allá, Daoíz y Velarde aguantando el tipo en Monteleón… y los fusilamientos que bien retrató Goya.

La Guerra del Pueblo

Lejos de una Europa Unida, fuerte y subyugada bajo las botas del corso, a Napoleón no le salieron del todo bien los planes. Lo de España sería un reflejo de lo que ocurriría en el resto del Viejo Continente. La invasión francesa comenzó a despertar un sentimiento de pertenencia a una nación como no se había vivido hasta entonces. El pueblo se armaba por España, y por el Rey. Aunque fuese un inútil, era español (Borbón, pero español) y había que defenderlo a capa y navaja.

No esperaba Bonaparte que ese pueblo dócil, anclado en las tradiciones más arcaicas, alejado de las ideas ilustradas, analfabeto… mostrase semejante entereza ante el mejor ejército del mundo. Y aún menos por defender a un rey al que ni quería, pero que de la noche a la mañana se convirtió en el «deseado».

Que nadie se me alarme, la guerra no la ganó el pueblo; fueron los británicos, pero la resistencia pertinaz de las guerrillas, los sabotajes, el espionaje y las tropelías de la población entre los destacamentos invasores hicieron lo suyo, y bastante bien. Desgastaron durante años a un ejército que acostumbrado a paseos triunfantes por los campos de batalla se veía preso del propio país que intentaba dominar.

La campaña británica en la Península fue ejemplar, y bien le sirvió de entrenamiento para acabar con Napoleón en aquel barrizal de Waterloo. Pero dando de comer, de beber, hospedando a los «sires» ingleses estaba ese populacho español, muerto de hambre y maltratado por todos, aguantando por arrestos lo que caía con tal de verse libre de lo que fuese aquello que querían traer los franceses. Todos eran españoles y como tales luchaban codo con codo por librar la patria del invasor gabacho.

¿Muerto el perro se acabó la rabia?

Y se ganó la Guerra Peninsular, o de la Independencia, y los franceses cruzaron los Pirineos con el rabo entre las piernas. Y España volvió a ser libre. Y el «Felón» volvió a su trono. Y todos aquellos españoles que se habían partido la cara por largar de su tierra al invasor, que habían redactado una constitución y que aunque revueltos estuvieron juntos recibieron buena recompensa.

El orgullo de ganar una gran guerra, la restauración más feroz de su monarquía, la abolición de aquella Carta Magna de Cádiz; la represión de los liberales y la vuelta a sus levantamientos militares, sus golpes de estado y sus guerras intestinas. Curioso pueblo el español.

Ya lo dice Serrat, acabada la fiesta…

Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.

Se despertó el bien y el mal
la zorra pobre vuelve al portal,
la zorra rica vuelve al rosal,
y el avaro a las divisas.

 

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